Sus letras están en el himno del equipo de fútbol de Leganés, en las voces de Isabel Pantoja, Los del Río, Niña Pastori, Nuria Fergó, Miguel Ríos… Llegando incluso al mismísimo Festival de la OTI.
Las cinco de la tarde. El rastro que deja el poeta en la ciudad son sus huellas en la calle. De la Fuentehonda a la Tahona. De la Plaza de España a Butarque. Inspira tiempo y exhala recuerdos que luego desgrana en sus poemarios, diecisiete ya. Da la vuelta a la esquina mientras termina de componer un soneto mental.
Bajo el brazo lleva un currículum escrito en verso. Es Santiago Gómez Valverde, nacido en Leganés, pensador, imán de momentos que luego transforma en poesía. Enfermero de profesión con veinte años de experiencia al servicio de los pacientes de salud mental y toda una vida al servicio del arte. Atesora vivencias de su infancia en la Fuente Honda, de su paso por el colegio de la Inmaculada, así como de su faceta de jugador del equipo de futbol de Leganés, además de muchos, muchísimos premios. El poeta es querido y reconocido en su ciudad. Emociona con sus recuerdos de aquel Leganés pretérito que era más un pueblo que una ciudad y pone a la afición a cantar el himno, compuesto por él mismo, del equipo de futbol que ha calado en los vecinos, forjando una afición de primera, esté donde esté el equipo. Ya nunca más volverán a ser las cinco de la tarde. Al menos, no de ese día. El tiempo pasa. Pero las que siempre volverán son las canciones que Santiago musicaliza junto al gran Paco Ortega, afamado compositor y productor musical, dueño de la discográfica Musigramas.
En un principio le ponía música a poemas ajenos para más tarde musicalizar sus propias letras que hoy están en las voces de Isabel Pantoja, Los del Río, Niña Pastori, Nuria Fergó o Miguel Ríos. La poesía de su lírica ha llegado al mismísimo festival de la OTI, aunque la modestia de Santiago le quite importancia a sus méritos. Solo los grandes actúan así.
Las seis de la tarde. El poeta vuelve sobre sus pasos cuando el cielo de diciembre oscurece. Santiago ya no fuma, ahora no es humo lo que emana de su boca, es un vaho invernal. Aprieta el paso y ajusta las solapas de su abrigo por encima de su cuello. Sólo en la zona centro, se han encendido las luces de navidad. Vuelven las voces a su cabeza, las voces de antaño. Villancicos en familia en su casa y un niño que comenzaba a entender el poder de la música como fuente de unión y de expresividad. La música, la pintura y todas las artes son para Santiago, hoy por hoy, esenciales para la vida. Ya nunca más volverán a ser las seis de la tarde. El tiempo nunca se detiene.
Santiago se resguarda del frío en la Iglesia de San Salvador. Olor a incienso, patrimonio en firme de la ciudad. Se sienta en un banco. Él, que ha apuntalado las grietas con sus versos, él, que participa en homenajes a figuras de la cultura, él, que es cantado por las grandes voces de este país, él, que ayuda sin dudar a jóvenes artistas, se sienta en el banco y recuerda a su madre. El amor reconforta su corazón que no sus manos ateridas, rojas. De vuelta a casa, se calienta con las castañas del castañero de Juan Muñoz.
Las ocho de la tarde. Santiago se para en mitad de la Plaza de la fuente honda a contemplar la navidad. Una ráfaga de aire congelado le arrebata el currículum de las manos. Vuela por encima del supermercado de franquicia nuevo y de los pisos tan modernos, esos que ahora se alquilan en la plaza. El currículum vuela porque Santiago no tiene nada que demostrar, su trayectoria está más que demostrada, su obra es y será legado no sólo para nuestra ciudad. Como lo será el rastro que deja su poesía que no es otro que su capacidad para emocionar.
Sus libros recogerán la vida por siempre, las voces de artistas consagrados cantarán sus canciones por siempre. Los discos y los audios retendrán su arte, un arte para la posteridad. No hay impostura, hay en su obra destellos de eternidad.
Con respeto, con admiración. A Santiago Gómez Valverde. El poeta que me dedicó un ratito de una tarde, charlando sobre arte en un rincón de su Leganés. En ese momento, a mí también se me paró el tiempo. Gracias.